por Putero1988 » Junio 17, 2025,
Era sábado y yo venía con el rabo como un obús. Me hablaron de unas chinas nuevas por Huerta la Reina, un piso sin cartel ni timbre, de esos que huelen a bambú rancio y sueños rotos. Subí sin esperanza, más por curiosidad que por fe. Pero cuando se abrió la puerta… hostia puta.
Sale una chinita pequeñita, cara de anime triste y mirada de cervatillo asustado. No hablaba ni papa de español, ni falta que hacía. Le pregunté con señas si era nueva, y me suelta con voz temblona: “Mi primer día…”
Y ahí lo supe: no era solo su primer día en el piso, era su primer polvo vendido. Esa mezcla de miedo y obediencia solo la ves una vez. Y yo no perdono bautizos.
Pago los 40 sin discutir. Me lleva al cuarto como quien lleva a un cordero al matadero. Se quita la ropa de espaldas, con vergüenza, y se cubre las tetas como si todavía esperara cariño. Pero yo no vine a dar ternura, vine a enseñarle que follar es guerra.
Empiezo suave. Me la follo con la mirada antes de meter mano. Le acaricio el muslo, le huelo el cuello. La noto temblar. Me mira como diciendo “¿esto es siempre así?”. Y cuando bajo a comerle el coño, se tensa como una tabla. Pero no se aparta.
Le paso la lengua despacio, despacísimo. Se agarra al colchón como si fuera a caerse al infierno. Y entonces lo noto: un gustito nuevo. Se arquea. Gime en chino. Yo meto dos dedos y curvo como me enseñaron los dioses del clítoris.
Y entonces… ¡BOOM!
Se viene. Se viene de verdad. Le salta un chorro que me moja la barba. Ella se asusta, se cubre, se aparta, murmura algo entre jadeos. Pero ya no hay vuelta atrás. Su coño ha hablado. Y ha hablado mojado.
La cojo, la tumbo, la follo despacio, como quien doma una bestia salvaje recién nacida. Me mira con los ojos vidriosos, sin saber si llorar o correrse otra vez. Me la follo con todo. Me corro dentro del condón mientras ella se agarra a mis hombros como si fuera a volar.
Cuando acabo, me abraza. Me dice bajito: “¿Yo bien?”
Y yo, con la polla aún palpitando, solo puedo decirle:
—Has nacido, pequeña. Ya eres puta de verdad.
Salí de allí mojado, reventado y con el ego como un puto emperador de Pekín
Era sábado y yo venía con el rabo como un obús. Me hablaron de unas chinas nuevas por Huerta la Reina, un piso sin cartel ni timbre, de esos que huelen a bambú rancio y sueños rotos. Subí sin esperanza, más por curiosidad que por fe. Pero cuando se abrió la puerta… hostia puta.
Sale una chinita pequeñita, cara de anime triste y mirada de cervatillo asustado. No hablaba ni papa de español, ni falta que hacía. Le pregunté con señas si era nueva, y me suelta con voz temblona: “Mi primer día…”
Y ahí lo supe: no era solo su primer día en el piso, era su primer polvo vendido. Esa mezcla de miedo y obediencia solo la ves una vez. Y yo no perdono bautizos.
Pago los 40 sin discutir. Me lleva al cuarto como quien lleva a un cordero al matadero. Se quita la ropa de espaldas, con vergüenza, y se cubre las tetas como si todavía esperara cariño. Pero yo no vine a dar ternura, vine a enseñarle que follar es guerra.
Empiezo suave. Me la follo con la mirada antes de meter mano. Le acaricio el muslo, le huelo el cuello. La noto temblar. Me mira como diciendo “¿esto es siempre así?”. Y cuando bajo a comerle el coño, se tensa como una tabla. Pero no se aparta.
Le paso la lengua despacio, despacísimo. Se agarra al colchón como si fuera a caerse al infierno. Y entonces lo noto: un gustito nuevo. Se arquea. Gime en chino. Yo meto dos dedos y curvo como me enseñaron los dioses del clítoris.
Y entonces… ¡BOOM!
Se viene. Se viene de verdad. Le salta un chorro que me moja la barba. Ella se asusta, se cubre, se aparta, murmura algo entre jadeos. Pero ya no hay vuelta atrás. Su coño ha hablado. Y ha hablado mojado.
La cojo, la tumbo, la follo despacio, como quien doma una bestia salvaje recién nacida. Me mira con los ojos vidriosos, sin saber si llorar o correrse otra vez. Me la follo con todo. Me corro dentro del condón mientras ella se agarra a mis hombros como si fuera a volar.
Cuando acabo, me abraza. Me dice bajito: “¿Yo bien?”
Y yo, con la polla aún palpitando, solo puedo decirle:
—Has nacido, pequeña. Ya eres puta de verdad.
Salí de allí mojado, reventado y con el ego como un puto emperador de Pekín
